lunes, 6 de febrero de 2023

¿No les ha pasado?


¿No les ha pasado que...?

Probablemente sea una percepción muy mía, y que no sea tan fantasmagórica como me parece que es... Sin embargo, siento que la dinámica escolar va sepultando cada día más la experiencia de la relación con el libro. Y, al referirme a 'lo escolar', me refiero a todo el sistema de escolarización. Obviamente la universidad forma parte de este entramado. 

Es una inquietud y un sentimiento que voy tratando de controlar. Pero, siento que algo va desapareciendo con respecto a los libros, sea el contacto con los libros, el ojeado de las páginas de un libro, el sentido de la textura de una página, el sonido que se produce cuando los dedos recorren su conformación, ese olor a libro que se deja oler entre sus páginas y es tan gratificante y vivificante a la vez. En fin, es el libro amenazado como experiencia y como relación. Recordé un poco el libro de Ivonne Bordelois, 'La palabra amenazada'.

El libro no morirá, eso lo tengo más que claro. Pero, cuánto duele el desapego a los mismos que se va generando en 'lo escolar'... ¿La casa?, pues, hay allí un problema cultural estructural. 

Hoy, en el mundo inmediato y enlatado, es preciso la concreción, la practicidad. La tecnología lo va apurando con cada segundo que pasa. Crónos es inapelable. Y me parece que por ahí va la cosa. La relación con los libros se debilita en el sistema escolar, precisa y paradójicamente donde tendría que consolidarse luego de lo que debería ocurrir en el hogar, lugar primario para ello, si es que eso ocurre. Claro está, no le podemos pedir un milagro a la escuela. Pero me parece que la escuela (incluyendo la universidad) está priorizando otras cosas. Este tema de las competencias siempre se me atraganta. 

La biblioteca ya no es la biblioteca para la consulta de los libros, para buscar los textos y sumergirse en ellos. Recuerdo que cuando chico, esperaba dos momentos en la escuela: el momento de salir al recreo y el momento de ir a la biblioteca. Veía y encontraba en la biblioteca lo que no veía ni encontraba en ningún otro lugar, y sabía, además, que entrar en ese recinto era como entrar en otra dimensión. Recuerdo a mi maestra Gloria, de 2° grado, esa dama me marcó. Recuerdo que cuando nos llevaba a la biblioteca, ella misma nos leía historias, relatos, cuentos distintos. Pero lo hacía con una dulzura que nos enamoraba de lo relatado. Quizá la historia o lo que leía no pasara de ser tan interesante, pero la forma en que lo hacía, nos enganchaba. Me ocurrió hace poco también. Resulta que llevé a mi familia al museo Claudio Arradu en Chillán. Hacía calor, y al llegar nos recibieron y nos hicieron pasar a una sala llena de libros. Una señora, ya entrada en años, nos recibió, nos dio instrucciones, y nos dijo que viéramos los libros, sin tocarlos. Lo cierto es que sentí que me atendió con cierto desdén. Aún así comenzamos a mirar los libros. Oscar y Emma abrieron sus ojos con interés y veían de arriba a abajo lo que se les presentaba. Libros en español, alemán, portugués, italiano, chino-mandarín... Hasta que, muy abajo, alcancé a mirar un libro de Oscar Yanez, escritor venezolano. Memorias de Armandito. De inmediato, como que comenzó a sonar en mi oído el Alma Llanera, el Tío Simón, quirpas, joropos y demás. Un libro, un libro me trajo tan gratos recuerdos de mi tierra... Luego pasamos a una sala en la que está un piano con el que el maestro Claudio Arrau dio clases en Estados Unidos. Oscar alcanzó a tocar algunas notas en el piano. Y, de repente, la señora que nos había guiado hasta allí se sentó y comenzó a contar la historia de Claudio Arrau. Lo cierto es que, mientras iba avanzando, el desdén con el que nos recibió, fue abriendo paso a una emoción que hizo que Oscar, Emma, Karina y yo nos quedásemos extasiados. Y recordé otra vez a mi maestra Gloria en la biblioteca de la Amanda de Schnell. Cuán lleno me fui de ese lugar... 

Pero, la biblioteca de hoy es un sitio revolucionado con la tecnología de los mass media, y aquella que encantaba ya es objeto de museo, como parece que estamos quedando aquellos profesores que nos resistimos a hacer de las veces de 'animadores' o 'malabaristas' en las aulas de las escuelas y otros espacios de aprendizaje. Y no con esto queremos apuntar al conservadurismo, pero sí nos parece ofuscante que, la lectura de los libros sea banalizada porque ahora resulta que los artículos de revistas indexadas son más relevantes, y pues, obviamente, 'de mayor impacto' (a la luz, por supuesto, de las instituciones y agencias que acreditan, que, a su vez, se encuentran sugestionadas por los grandes intereses de las editoriales comerciales). Y, atención, que quien escribe, también publica artículos producto de investigación, algunos ensayos científicos y otros textos similares en revistas de este corte. Es más, trabajo en la edición de una, porque entiendo que tienen también un sentido... Pero, lo que no pierdo de vista es el libro, más no como libro de texto, sino como posibilidad dialogante, como ventana al mundo, como lugar de encuentro entre quien escribe y quien lee, como una carretera en doble vía que no acaba, como una escritura que deja siempre el camino abierto, que expande y no clausura, como necesidad de expresión que no es comprensible por los nuevos gestores de la educación, como forma de rebelión de quienes no se pueden limitar en la expresión de la palabra y el pensamiento.

¿Recuerdan a algún profesor que leyese para sus estudiantes en clases?... Pues, sí, esos también estamos siendo objetos de museo. Ya no hay tiempo para leer a los estudiantes en clases. Es más, pareciera hasta riesgoso desde la perspectiva del currículo y las jefaturas, porque el tiempo 'es muy valioso' como para estar leyéndole a los estudiantes. Y, pues, a estos, ya como que el tema tampoco es de su agrado... ¡Cómo me encantaría leer como mi maestra Gloria en la biblioteca!... Ahí voy, de a poco. La última experiencia en la universidad fue, incomprendida para unos pocos estudiantes en clase, pero agradecida por muchos más. Leí para ellos Sobre la lección, de Jorge Larrosa... Ah, cuánta ilusión me hacía leerles eso de que el maestro cuando da una lección (lectura) se-lecciona primero, y al dar la lectura (no el texto, no lo que se debe leer, sino lo que se debe, esto es, 'leer', o la lectura como puerta que abre el mundo), lo hace como quien envía una carta con amor. Y quien envía una carta con amor, está ansioso por saber si la carta será recibida, leída, y respondida con el mismo interés de aquel que la envió... A pesar de la incomprensión de algunos, puedo decir que fue una experiencia agradable cuando finalmente logramos conectar con quienes aceptaron la invitación y se interesaron con lo compartido. 

¡Cuánto recuerdo aquel maravilloso libro de Luis Beltrán Prieto Figueroa, La Magia de los Libros!

Me encantó también el texto de Italo Calvino 'Por qué leer los clásicos'... De hecho, dice Calvino: "Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular, ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual". Y agrega: "Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él".

¡Ah!, ¡cuánto disfruté viajando con Julio Verne!, con Robert L. Stevenson, me encanté con Arturo Uslar Pietri (Lanzas Coloradas). Es impresionante cuando Uslar narra, y, aludiendo a un cielo negro, feo como mandinga, dice que la tierra tiembla ante los caballos de Tomás Boves. Me siguieron encantando Gabriel García Márquez, José Martí, Pablo Neruda, Ernesto Sábato, Isabel Allende, Charles Dickens. Y cuánto sufrí con Horacio Quiroga, y con Rómulo Gallegos (Pobre Negro), con Harriet B. Stowe. Me deleité con Julio Cortázar, Julio Garmendia, con el anónimo autor de Amadís de Gaula, con Robin Hood (autoría polémicamente adjudicada a Walter Scott), Mario Benedetti, Franz Kafka, entte otros. Más grandecito me extasío en Las Sagradas Escrituras. Pero me apatece también la literatura académica, y hay autores que me encantan, hay con quienes peleo, y, por supuesto que, con todos aprendo. 

Pero, póngale o llámele como le llame, creo que los libros no están en discusión. 

Una casa no puede dejar de tener libros. Una escuela, mucho menos. Pero no se trata solo de tenerlos. Y la experiencia de la lectura inicia por ahí. El libro no es un juguete, tampoco es un juego, pero cómo catapulta en la vida... 

Una escuela no puede prescindir del libro, y tampoco puede dejarlo en 'visto', en segundo plano, o como reliquia de un pasado. El libro tiene que transversalizar la experiencia de la formación, y debe ser enarbolarse como bandera. 

Un abrazo grande desde mis lecturas...

martes, 24 de mayo de 2016

ANDRÉS BELLO, JUAN MARÍA GUTIÉRREZ Y LAS CULTURAS ORIGINARIAS DEL CONTINENTE

Saludos estimados amigos y amigas. Este es el último libro que he terminado de leer. No me aguanté a terminar el libro de Villegas y seguí con éste. Ahora voy a darle continuidad al anteriormente mencionado.
Excelente lectura. En breve se sabrá por qué lo digo...

jueves, 5 de mayo de 2016

UNA HERMENÉUTICA DE LA FORMACIÓN DE SÍ

Después de leer a Cortázar y a Bradbury me he dedicado a leer UNA HERMENÉUTICA DE LA FORMACIÓN DE SÍ, de los amigos Gregorio Valera y Gladys Madriz. Es un interesante texto que plantea una experiencia educativa partiendo desde la discursividad narrativa en la autobiografía. Podría ser ésta una posibilidad para la formación de sí...


viernes, 25 de marzo de 2016

Como no puedo ni quiero dejar de leer, comparto la lectura de Bradbury con la de Cortázar... Clases de Literatura (excepcional texto en el que este maestro de la literatura latinoamericana comparte algunas cositas con estudiantes)... ¡Maravilloso texto!


ANTES DE QUE SE ME OLVIDE


S
Leyendo la distopía de Ray Bradbury, FARENHEIT 451... Increíble. Recordé a George Orwell. Dos maestros de la distopía.